Italia / Lombardia / Milán
Descubrí el embrujo de Jerez como quien cae rendido ante una mirada que atraviesa el alma. Fue en 2004, cuando las soleras jerezanas me susurraron secretos que solo se revelan a los corazones dispuestos a escuchar. Desde entonces, he sido más que un amante del vino, soy su cómplice, su embajador, su confidente. En cada copa de Jerez se agita el viento del sur, la historia de una tierra que sabe a sal y fuego, a tiempo detenido. En Moscú, durante una década, enseñé a descifrar ese hechizo. Formador homologado, sí, pero más que enseñar, compartía una pasión desbordante, un anhelo de que cada sorbo fuera un viaje, una aventura a través del paladar. Diseñé catas y experiencias que llevaban el eco del Guadalquivir hasta el frío ruso, donde el Jerez se convertía en una cálida caricia en las frías noches. Hoy, en Italia o donde me lleven los pasos, el Jerez va conmigo. No es solo un vino, es parte de mi piel, una llama que nunca se apaga. Porque en cada rincón del mundo, su espíritu sigue presente en cada palabra, en cada gesto, como una promesa eterna de sol y eternidad.